La artritis reumatoide (AR) es una enfermedad autoinmune multifactorial, inflamatoria y progresiva, con mayor frecuencia en personas entre los 45 y los 55 años, y que afecta principalmente a las articulaciones, aunque también puede afectar a otras partes del organismo. Comienza con una destrucción de la membrana sinovial que recubre las articulaciones provocando un cuadro inflamatorio que puede acabar dañando estructuras cercanas como huesos, ligamentos y tendones. Como consecuencia de este proceso degenerativo el paciente presenta una deformidad progresiva de las articulaciones y una reducción de la movilidad articular, lo que en muchos casos desemboca en una limitación a la hora de desarrollar algunas tareas de la vida diaria. Debido a este proceso degenerativo, la instauración de terapias efectivas lo más pronto posible resulta fundamental para controlar la inflamación, prevenir el deterioro, la discapacidad funcional y, en conjunto, ralentizar la progresión de la enfermedad.
El período preclínico de la AR se caracteriza por una desregulación inmunitaria y por un cuadro inflamatorio difuso sin manifestaciones típicas de la enfermedad. Durante este período, las pruebas clásicas de laboratorio; Factor Reumatoide (FR), con una sensibilidad del 65-80% y una especificidad del 85%, y los Anticuerpos frente a péptidos citrulinados (ACPA), con una sensibilidad del 60-80% y especificidad del 95-98%, pueden ser negativas, lo que resalta la necesidad de encontrar nuevos biomarcadores que permitan diagnosticar la enfermedad en la etapa más temprana posible.
Múltiples estudios han revelado que la contribución genética en la AR oscila entre 30% y 60%. Este elevado porcentaje indica que los estudios genéticos son imprescindibles a la hora de poder identificar a las personas en riesgo de padecer AR, así como para iniciar medidas de prevención adecuadas, incluidas las farmacológicas y las modificaciones dietéticas y de estilo de vida que sean necesarias. Para todos aquellos casos sin contribución genética, entre el 40-70% de los pacientes, los biomarcadores proteicos se consideran la opción más interesante.
La comprensión de la susceptibilidad genética y los mecanismos patogénicos subyacentes a la AR han mejorado enormemente en los últimos años gracias al desarrollo de las tecnologías Next-generation Sequencing (NGS) y a los estudios de genoma completo. Estos estudios han descubierto más de 100 loci genéticos asociados con un mayor riesgo de AR, estableciendo 98 genes que potencialmente podrían contribuir al inicio de la AR. HLA y algunos genes no HLA se han relacionado con el desarrollo de anticuerpos contra péptidos citrulinados, lo que permite la diferenciación entre pacientes ACPA-seropositivos y ACPA-seronegativos. Sin embargo, el estudio de pacientes de AR negativos para ACPA a lo largo de los años ha sido desafiante. De hecho, se ha sugerido que la AR ACPA-seronegativa puede ser heterogénea con respecto a genética y mecanismos patogénicos relacionados.
Por todo ello, la AR necesita actualmente la llegada de nuevos biomarcadores a la práctica clínica. Enfoques diagnósticos clásicos basados en parámetros únicos han mostrado enormes limitaciones en la mayoría de las enfermedades. Solo las características específicas de algunos trastornos, como la diabetes, permiten que estos enfoques sigan siendo válidos. La mayoría de las enfermedades son procesos complejos que, para poder llegar a entenderlos, requieren emplear un enfoque más global y ambicioso basado en el estudio de expresión diferencial a nivel de gen y a nivel de proteína. En el caso concreto de la AR, el análisis de paneles de genes y de proteínas puede resultar de gran ayuda a la hora de establecer un diagnóstico temprano, así como para poder proporcionar una imagen más completa de la enfermedad y de las vías involucradas.
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